Monday, June 25, 2007

Momento Cultural 1

Primero: Aníbal Barca sitió Roma durante unos siete años. Este cartaginés reconchesumadre osó desafiar al imperio más poderoso de ese tiempo (y de cuya cultura somos hijos bastardos) y estuvo a punto, a un ápice, a un pelo, de derrotarlos. Claro que la culpa de la derrota final y de la desaparición casi absoluta del pueblo Cartaginés (objeto de mi temporal obsesión) la tuvieron como siempre, los malditos burócratas (llámese el “consejo” que decidía si enviar o no más tropas al país de la bota para apoyar al general bárcida). En su afán de no otorgarle todo el reconocimiento que Aníbal se merecía; en su afán de seguir siendo los dueños y señores de Cártago, decidieron retener los envíos de tropas a Italia y dejaron a Aníbal (ya tuerto) en un casi abandono a puertas de reventar Roma en mil pedazos.

Segundo: Cártago es ahora una pequeña ciudad de lo que ahora es Túnez (en la punta norte de Africa, entre lo que ahora es Algeria y Lybia; más a la derecha está Egipto, busquen en el google pe). Al noroeste está todo lo que es España (la antigua Iberia) y al este, muy cerca, estaba Italia. Los cartaginenses fueron grandes navegantes, se habla incluso que llegaron a nuestras costas unos 200 o 300 años antes de Cristo (en los libros que he leído se cuenta que Aníbal Barca fue engendrado sobre una extraña piel llamada “llama” (en español: los papás de Aníbal follaron sobre piel de llama). Para invadir Roma entera (hablo del centro del Imperio), a Aníbal le hubiera bastado cruzar el tramo del mar mediterráneo que los separaba de Sicilia, la punta de la bota. Pero los romanos no eran cojudos, y tampoco Aníbal. Aníbal sabía que los romanos sabían que manteniendo una oronda flota en el mediterráneo impedirían el paso de los cartaginenses por mar. ¿Y por tierra? ¿Cómo iban a llegar por tierra esos apestosos púnicos? ¿Iban a cruzar toda Iberia, Francia, los Alpes para ingresar a Roma por el norte? Imposible. Pues fíjate que sí, romano maricón. Aníbal la hizo.

Tercero: No era cojudo, y como gran estratega preparó una de las mejores tácticas militares de todos los tiempos. Aníbal y un grueso ejército de 50 mil hombres (entre los que se contaban jinetes númidas, libios, helenos, macedonios y diversas razas paganas que se les fueron uniendo en el camino – llámeseles celtas, galos, íberos y demás) hicieron lo inesperado. El cabrón este entró por Iberia (ahora España), que era propiedad de Roma y que el padre de Aníbal, Amílcar, se encargó de conquistar), entró a Francia, reventó a tribus que más tarde se le unieron y, ¿saben qué mierda hizo? Cruzó los Alpes. ¿Y saben con qué? ¡Con elefantes! Aparte de los caballos, los cartaginenses guerreaban a lomos de paquidermos colosales traídos de las sabanas africanas. Imaginen la cara de imbéciles de los romanos al ver que por la corona de los cerros aparecía un ejército liderado por animales que hacían tronar el piso con sus patas. Yo pondría cara de imbécil, no sé ustedes. Ahí comienza la Segunda Guerra Púnica. Como conté antes, Aníbal no paró hasta llegar a las puertas de la misma Roma. Pero necesitaba refuerzos, el largo camino hasta llegar a Italia de meses y meses había bajado enormemente la cantidad de soldados. Aparte, teniendo en cuenta la fiereza de los cartaginenses en la batalla y las espectaculares maniobras de Aníbal en cuestión de estrategia militar (dicen que con 30 mil hombres logró derrotar a un ejército romano de 80 mil), estos romanos que lo último que eran era huevones, en vez de atacar a Aníbal empezaron a mellar fuerzas en las zonas conquistadas de Iberia y Africa. Aníbal, lejos y negado a recibir refuerzos, tuvo que volver a pelear en las zonas que sus compatriotas (bastante inútiles por cierto) no supieron mantener.

Cuarto: Aníbal se suicidó antes que lo agarren.

Quinto: Esto es sólo la ciento veinteava parte de la historia. Una cosita: Barcelona se llama así por Aníbal Barca.

Sexto: Aníbal Barca fue de puta madre.

Séptimo: ¿Qué hubiera pasado si Cártago lograba conquistar Roma? Les aseguro que nuestra vida no sería la misma; la civilización hubiera tomado otro camino, no sé si más cruel o más bonito; pero estoy más que seguro que si Cártago hubiera dominado Roma y el mundo, en vez de llamarme Erre me llamaría Asdrúbal, Antígono o Hannón. Eso es ciencia exacta.

Thursday, June 21, 2007

Tiro Penal (o "no me pegues, Arnie")

Dedicado a L, la amiga de los ents, por hacerme recordar esto.

La historia comienza en una reunión de redacción de una revista de espectáculos. Trabajar en ese tipo de prensa es una injuria para a quien poco le importan los escándalos en la tele: jamás me interesó el cholito sotil andando de la mano con un marica o lo que piensa Andrea Montenegro (ay mamá, qué rica que está) sobre las nuevas tendencias de la moda. Pero bueno, chamba es trabajo y viceversa. No queda otra. En las reuniones se repartían los temas y la agenda de la semana, la revista en ese entonces acababa de salir y era todo un récord de venta (el primer número se agotó el mismo día que a salió a las tres de la tarde). Ya se imaginarán a qué revista me refiero. Me da un poco de vergüenza nombrarla, pero sólo les diré que la dueña es dientona y tiene el pelo rojo (y a veces anaranjado). Volvamos a la reunión. Al hablar de la ex miss Perú Marina Mora se pasó a hablar de su ex enamorado Arnie Hussid. Al israelí lo encerraron por enviar droga por correspondencia (me pregunto si tan sólo abrieron el sobre o si un pastor alemán adicto la olió en una). Eso no me incumbe pero a los editores sí. “Que alguien vaya al penal a visitarlo y entrevistarlo, que cuente cómo le está yendo, cómo es vivir en la cárcel”. ¿Al penal de Lurigancho? JA “¿Y quién será el pobre iluso al que mandarán a ese infierno?” pensé yo, inteligentemente. Todos me miraron. Claro pues, miren al más alto y más “fornido” de todos… claro, manden al que tiene pinta de terruco cuando no se corta el pelo y no se afeita. Claro, mírenme a mí, cabrones. A mí me toca.
¿Y cómo hago?
Di que eres su pata.
¿Y luego?
Ya tú ve.
Si en esos tiempos no hubiera sido tan pero tan huevón, le hubiera roto la cara al editor o le hubiera dicho “a ver anda tú pues”. Pero bueno, acatar, obedecer, oler pedos para ser alguien en la vida (luego aprendí que eso no es tan necesario).
Los días de visita en el penal de “máxima seguridad” de Lurigancho son los sábados. Salí temprano sin saber qué mierda hacer. Ahora entiendo lo que sintió Frodo al ver de lejos la oscuridad de Mordor, pero puta madre, él iba a salvar a la humanidad a pesar que luego el cabrón se quiso quedar con el anillo; yo simplemente recibía órdenes… no había participado en ningún concilio en Rivendel ni me había acompañado el rey de Gondor en mi periplo. Simplemente estaba ahí parado en medio de ese terral, con una muralla grande en frente y detrás, como picos tenebrosos, se alzaban pabellones con ventanas enrejadas. Sentía el olor de la muerte blandir sus armas más oxidadas en ese lugar; sentía que esa fortaleza regurgitaba el hedor de la maldad, de la desesperanza, del miedo. Lo sentía, y yo tenía que entrar ahí, puta madre.
Primer problema: En el camino para llegar a la Black Gate, hay muchos quiosquitos que venden huevadas para los “internos” (comida, enceres de limpieza, cigarros, etc.) Un orco, perdón, un tombo vigila esa parte. El tombo me mira y de arranque me dice “Usted no puede entrar con ese pantalón”. Mi pantalón era negro, y era de buzo. Puta madre, cómo que no. Así es, no sé cómo será ahora o si ese conchán quería joder la paciencia, pero no se podía. En los quiosquitos (oh, esto sólo pasa en este país), alquilaban pantalones a tres soles (azules, corduroy, horribles). Una aclaración: mido 187 centímetros y peso cerca de 100 kilos. ¿Cómo encuentro un pantalón 36 lo suficientemente largo? “36 no hay casero, tengo 34”. La puta que los ha parido a todos, con un demonio. “¿Y dónde me cambio?” “Aquí en el terrenito”. El terrenito estaba lleno de caca, igual no sé cómo pero entré en el 34, aspirando muy muy duro, como si fuera mi último respiro de vida, para que me cierre el pantalón. Me cerró (dolor dolor dolor). Listo. Ahora comprar comida para el “interno”. Olía rico; le compré pollito con papas, gaseosa, fruta y demás cosas para sobonearlo y tratar de explicarle que era un periodista que trabajaba para la conductora de televisión que él más odia. Qué linda situación, carajo. Una cola enorme, gigantesca. Caleteé mi cuaderno de apuntes entre el pollito con papas y la gaseosa. Para entrar hay que bajarle billete al policía de la puerta; luego, al policía que vigila la entrada a los pabellones; luego, al policía que vigila el pabellón en sí y así sucesivamente. No crean, si nunca han ido a visitar a alguien a un penal peruano, que es como en las pelas gringas que está el vidrio al medio y que por un telefonito hablan todo lindo. NADA. Al entrar a la zona de los pabellones, estás totalmente solo; total y completamente abandonado en el patio de reclusos, nadie te guía, nadie te dice a dónde ir, sólo te dicen “tal pabellón” y nada más. Y ahí estoy yo, con mi bolsa de pollito con papas, con mi cara de “quiero a mi mamá y su leche tibia con cocoa” y a unos siete reclusos con cara de “te violo si me miras” acercándose a mí repentinamente. Ya me habían avisado antes, hay que conseguirse a un pata que te guíe, le bajas un billete y él te escolta a la puerta del pabellón al que quieras ir. Hay un chato con pinta de Marca del Jockey Plaza, me dice que por quince “míseras moneditas” me lleva tranquilo a donde yo quiera. Atraco. Me dice que a quien busco, le digo, se ríe y me guía. Me deja en la puerta del pabellón y desaparece. Gracias choche. En la puerta del pabellón (que mide como seis pisos) hay otro tombo y un patita sentado con un cuaderno. Me pregunta a quién busco, le digo, apunta mi nombre y mi parentesco: “amigo”. Le bajo plata, al tombo también. “Tercer piso, celda X”. Ah ya, o sea que tengo que subir sólo. ¿Ya dije “puta madre” antes? ¿Sí? Entonces cambiaré: CONCHESUMADRE. Subir solo, tres pisos. En las escaleras hay pasteleros de todo tipo (¿no que es de “máxima seguridad”?), a lo lejos escucho cánticos evangelistas, subiendo me ofrecen de la buena y me siguen preguntando a quién busco. Llego: celda X, tercer piso. Está abierta. Entro. Imaginaba una celda calata, pero la verdad que no parece tan tan incómoda. Una tele, estantes, cama, ventilador, baño aparte. Hay tres patas sentados a mi derecha. Me observan. ¿Y Arnie? Arnie acaba de salir de la ducha, sale en toalla con el torso desnudo (hace ejercicios el cabrón este). Sonríe.
- Hola, qué tal – me dice.
Me siento ciertamente tranquilo, está sonriendo, parece feliz que alguien lo visite.
- Pasa y siéntate -. Paso y cierra la puerta (se me encoje el culo).
Su cara cambia.
- ¿Qué quieres?
- Mira, te traje esto.
- Gracias. ¿Qué quieres?
¿Han visto al Chavo tratando de explicar alguna travesura agarrando su tirante y diciendo “pus.. pus… pus…”? Pues así me sentía yo. Le expliqué, amablemente, que lo venía a visitar para que me cuente cómo le estaba yendo, que qué tal la cárcel, que si es bonito… Estúpido, ¿Cómo va a ser bonito?
- De dónde eres.
Tengo que decirle, se lo digo. Mamá, el Arnie miró a sus tres patas (no parecían muy pacíficos, posiblemente al menos uno de los tres había probado sangre humana), sus tres patas lo miraron a él. Arnie suspira, me mira a los ojos, yo trato de no quitarle la vista de encima para no parecer marica.
- Safa compadre, safa ahorita. No vaya a pasar algo – me dice.
Coño… me pongo de pie y le digo gracias. Arnie me abre. “Ya compadre, sales, huyes, recoges tu DNI (que lo retienen mientras estás adentro), tomas un taxi, llamas a tu jefe, lo mandas a la mierda y nunca más regresas”. Ese era el plan. ERA. Arnie sale conmigo y hace algo inesperado: llama a un policía.
- Jefe, jefe, aquí este individuo dice que es mi amigo pero yo no lo conozco. Es P-E-R-I-O-D-I-S-T-A.
El policía calvo medio gordo me mira con ojos de drácula cuando escucha la palabra “periodista”. Demonios, ¿por qué nos odian tanto? ¿Será que podré contar la cantidad de monedas que hay que bajarle a los policías para entrar? (lo hice, eso sí hice).
- Venga conmigo – me dice el tombo (más tombos, maldita sea).
- Chau Arnie, gracias – le digo. El sonríe, triunfante.
Lo sigo y me llevan a un cuarto con, oh sorpresa, una mesa, una máquina de escribir, un mapa del Perú y un estante lleno de DNIs. Hay un, imagino, capitán sentado que me recibe con mirada muerta. Le dicen que soy PERIODISTA y me mira feo, de nuevo.
- Señor, ¿sabía usted que es ilegal ingresar al penal de la forma como usted lo ha hecho?
- Sí jefe.
- ¿Sabía que podemos retenerlo aquí hasta que venga alguien idóneo para sacarlo?
- Sí jefe.
- ¿Sabía que esto quedará en su historial?
- Por favor jefe, estoy cumpliendo mi trabajo. Sé que estuvo mal, pero mire pues jefe, tengo una familia qué mantener así joven como me ve. Por favor.
- ¿Qué podemos hacer, joven?
- Jefe, creo que usted y yo sabemos que podemos llegar a un acuerdo que nos facilite las cosas a ambos. No le quiero quitar su tiempo y yo la verdad que quiero ir a romperle la cara a mi jefe.
El capitán me sonrió, realmente me sonrió. En la mente le agradecí a mi viejo por todo su floro durante tantos años. Puse un billete sobre la mesa. El capitán lo tomó, me miró y me dijo que no quería volverme a ver nunca más por acá.
- El deseo es más que mutuo, oficial – le respondí ya sonriente, ya ad portas de
abandonar Mordor, ya ad portas de escribir una nota describiendo la corrupción del penal y lo mal que me trató Arnie (que seguro se comió bien rico su pollo con papas) y ya ad portas de renunciar a ese trabajo. Pero lo entiendo, si yo fuera él, me hubiera sacado la entreputa, y luego recién le decía al policía que era, para mal de todo este país, PERIODISTA.

Tuesday, June 19, 2007

Tras las Rejas (Parte II)

- A ver bacancitos, aquí se esperan.
Tombo malo, tombo del mal. Nos hicieron esperar en un cuartito con una mesa, una máquina de escribir, closets y un mapa del Perú.
Un 3-4 en Punta Negra – pudimos oír en la habitación de al lado. Coño mierda, seguro están avisándole a alguien, a la fiscalía, a la DINANDRO, a la DEA, a la INTERPOL, a la CIA, a la NASA. Conchesumare. Era un estado de shock, no entendíamos que eso estaba pasando en realidad, nos mirábamos y medio que sonreíamos, creyendo que en un dos por tres ya estaríamos afuera, sin moños, pero afuera. Pero nada. Entra al cuarto un tipo que me cayó gordo desde que lo ví. Flaco, vestido de civil, rasgos andino-selváticos y unos ademanes de “Aquí yo soy el que manda y si yo quiero me chupas el pijo en este instante”.
“Pobrecitos, carajo” dijo. “¡De pie!”. Nos pusimos de pie. “¡Quítense toda la ropa!”. Puta madre huevón, ¿quitarnos la ropa por marihuana? Mierda… ¿y qué les hacen a los que le encuentran planchas de LSD o toneladas de cocaína en un avión? “Ya fuimos carajo” pensé, “nos van a meter la macana por el culo hasta que pidamos piedad”. Mudos, nos quitábamos la ropa. El tipo este cogía cada prenda y la tiraba al piso con desprecio, con asco, con una gilipollez que me dieron ganas de reventarle la cara a puntapiés. Quería decirle que era hora de que me dejara hacer una llamada, que tengo derechos puta madre y que sacarnos la ropa no era parte del procedimiento. Obviamente no dije nada. Así terminamos los dos amigos calatos contra la pared, cubriéndonos el pito con las manos, esperando lo inevitable. El patán empezó a examinar mis cosas. Mis cigarros, mi pareo, mi cuaderno. “Así que eres escritor”. “Sí, jefe” le dije. No miró, no dijo nada. Nos repitió la perorata de siempre: quince días a la fiscalía mientras pesaban los narcóticos, luego ya se verá. “¿Jefe… y mi llamada?” pregunté. “Eso ya se verá más tarde, por ahora cállese la boca”. Nos hizo ponernos la ropa, eso al menos fue un alivio porque no terminaría con el poto rojo. Pronunció un apellido. Se apersonó el tombo malo, el cabrón. “Lléveselos a la carceleta”. Mierda, carceleta. “Jefe, ¿no puedo llevar mis cigarros?”. ¿Por qué soy tan despistado y digo tamaña cojudez en esas circunstancias?
- ¿Tus cigarros qué tienen?
- Tabaco.
- Sí. ¿Y con qué los enrollan?
- Con papel.
- ¿Y con qué enrollas tus tronchos?
- Con papel.
- Por eso no te doy ni mierda.
Estuve a punto de decirle que tenía rizlas, que no tengo necesidad de gastar mis cigarros, guanaco de mierda, pero me callé, una vez más me callé. Carceleta asquerosa, ambos sin zapatos, disfrutando del suelo pegajozo, las paredes más rayadas que haya visto en mi vida. Una tres x tres. Puerta en la esquina, con rejas. Ni pienses que hay banquitas ni camita ni water. Ahí no hay nada; sólo un piso hongueado y un cuarto, gracias a Alá, vacío (¿qué pasaba si acababan de agarrar a dos cabecillas de la banda de los destructores y estaban justo retenidos en la carceleta? ¿qué pasaba si justo acababan de agarrar al negro pirata? ¿qué pasaba si estaba Kukín en la carceleta?). Ni llamada ni nada. Mi pata pago pato (suena raro eso…). Un policía en persona lo fue a buscar al club de Punta Negra a decirle, en frente de todas sus amistades puntanegrinas, que su hijo yacía recluido en la carceleta de la comisaría. Su viejo no es muy expresivo, cariñosamente le decimos morsa vieja por su mostacho y su guata. Me tiene mucho camote pero eso ya era una vergüenza. Llegó su viejo, ahí sí mi pata cayó en lágrimas de todo tipo (grandotas como lluvia serrana, finas como de mujercita, a chorros como río en fenómeno del niño). La cara de indignación del tío, de intriga absoluta, de mierda que ahorita nos revienta el culo.
- ¿Qué mierda hacen acá? – preguntó.
- Papá…- eso fue lo único que escuché de mi pata… luego puro llanto.
Me miró a mí y me pasó su celular. Ahora me tocaba a mí llamar a mi viejo (esos cabrones tombos nunca me dieron un teléfono). Déjenme explicarles que en esa época mi papá, hasta hacía un año, había sido algo así como el zar antidrogas del Perú; algo así como el jefe de la DEA en los EEUU. Se me vino a la mente la pela “Traffic”, pero obvio que nunca le ofrecí al culo a ningún negro por heroína; pero mi viejo sí se parece un poco a Michael Douglas.
- ¿Aló papá?
- ¡Hola hijo! Qué sorpresa.
- Papá, tienes que ayudarme.
- ¿Qué pasa?
- Estoy en la comisaría de Punta Negra. Me han encontrado marihuana.
- Puta madre cabrón.
- Ayúdame por favor – (llanto, lágrimas, bien marica me puse).
- Ya ya carajo, tranquilo nomás, voy para allá.
Así acabó la conversación. La verdad que en ese momento me sentí un vil huevón. “Nunca más, nunca más” decía golpeando las paredes (iluso… en la noche era el concierto de Gladiators,,, eso creo que ya lo conté una vez…). Creo que estuve adentro cuatro o cinco horas. Fue cuando escuché la voz de mi viejo. Nos abrieron la jaula y nos llevaron a una oficina. Ahí estaba mi viejo, sentado, con las piernas cruzadas tipo Vallejo, con terno entero y cara helada. El viejo de mi pata estaba al lado, con las manos sobre las rodillas. Estoy seguro que ambos habían pensado en dejarnos ahí un par de días para que escarmentemos. Nos sentaron en una banca. Había una mesa con otra máquina de escribir, al otro lado estaba el cabrón que nos hizo quitarnos la ropa. Es en ese momento que recordaré de los mejores momentos de mi viejo. Caramba qué orgullo, mi viejo presidente puta madre! Sólo les narraré el comienzo del discurso que es un best seller (y lo tengo grabado en mi memoria palabra por palabra):
- Señor oficial, sé que este par de mocosos han incurrido en una falta grave, pero no tanta para los tenga a medio vestir en su cuarto al que por cierto le falta una lavada (mi viejo ni siquiera había visto carceleta). Se lo diré de frente y sin rodeos para que me entienda bien: sólo tenemos tres opciones. Opción uno, usted nos da a este par de mocosos para que nosotros nos encarguemos de darle el castigo que se merecen. Opción dos, nosotros les dejamos a este par de mocosos para que ustedes se encarguen de darle el castigo que merecen. Y queda la tercera opción, que es la posibilidad de llegar a un acuerdo netamente económico.
El oficial interrumpió arguyendo que la tercera opción, finalmente, parecía ser la más viable (hijo de puta, algún día me vengaré). A eso le siguió un largo discurso de mi viejo, que las políticas antidrogas del Perú, que el problema son los consumidores y no los narcos (si no hay demanda, no hay oferta), que la vida es una caja de chocolates (eso me lo acabo de inventar) y cosas así. Conozco a mi viejo, su estrategia fue la de aburrir hasta el hartazgo al marica ese, y lo logró. Luego se encerraron como quince minutos en un cuarto privado, imagino que le estaban enseñando la “gravedad” de mi asunto. Y sí pues, medio grave era porque al salir mi viejo me preguntó muy seriamente “¿Todo eso te ibas a fumar carajo?”. Yo respondí “Es que es para todo el fin de semana”. Yo y mis espectaculares respuestas. Me miró como si no me hubiera escuchado. “¿Y qué vamos a hacer?” le pregunté. “Tú no te preocupes, a ese conchesumadre del capitán lo tengo agarrado de las pelotas. Anda con X para que te cambien tu historia”. Fuimos, pavoneándonos en frente de esos cabrones que nos habían tratado como basura. El “capitán”, que no sé cómo llegó a serlo con esa cara de huevón, nos dijo “Desde ahora sólo figura que fueron detenidos por actitud sospechosa”. Sonreímos. “Jefe, ¿me puede dar mis cigarros ahora?”. Al cabrón no le quedó más remedio que acceder. ¡Grande pa! Regresé al cuarto donde estaba mi viejo, me abrazó y derramó un par de lágrimas; luego, camino de regreso, me dijo que no sea tan fumón. Le pregunté que dónde quedó mi hierba y no me respondió. Llegué a mi casa y estaba a mi mamá. Le conté lo sucedido. Me miró mal, pero mis viejos la verdad que son de pelos. En la noche fue el concierto de Gladiators y fumé como un descocido. Nunca me han vuelto a agarrar, ahora soy más paranoico que pajarito en jaula de halcones. Eso es todo.

Friday, June 15, 2007

Tras las rejas (Parte I)

"Policía Policía,
hay que pena que me da,
Cuando vienes al estadio,
tu mujer se va a cachar"
(Trinchera Norte)
- ¿Vamos a fumetear?
Un calor de mierda ese febrero del 2001. Con 17 años encima, la playa no era más que ver chicas y luego volver a ver chicas (eso no ha cambiado mucho realmente). El sol ardía sobre nuestras cabezas, ardía tanto que provocaba insultarlo, decirle un par de cosas feas, tal vez bajárselo de un mordisco.
- Vamos.
Con mi pata de toda la vida vagábamos en Punta Negra todo el verano. Par de vacas insultando la estética playera, par de monfus alejados lo más posible de dónde todo el mundo andaba. Pero para fumetear teníamos que movernos; imposible hacerlo en la arena con mil ojos esperando un error para acusarnos. Solíamos caminar por las casas, enrollando el leño mientras andábamos sin tabas por las casas que estaban justo detrás de la arena. Nuestros pertrechos en esos momentos eran: Polo y ropa de baño encima. El nada más. Yo tenía una caja de puchos, un pareo (sí mierda, un pareo) rasta, viejo y maloliente que mi hermano fabricó con ollas hirvientes y tintes con olor a fábrica de pink floyd; mi cuaderno en el que escribía constantemente (sobre todo al atardecer, cuando la gente abandonaba la playa y nos dejaba toda la inmensidad para estonearnos y dejar que corra una vida despreocupada); un lapicero y en cada bolsillo un paco de diez lucas. Mierda, no podría dejarlos en la casa porque la familia de mi amigo nos rebuscaba todo en busca de evidencias (para ese momento las sospechas ya eran muchas: cuando dos patas andan alejados, buscan cualquier excusa para salir e irse a lugares alejados, sólo quedan dos opciones; o fumones o maricones… todo el mundo, felizmente, pensaba lo primero).
Elegíamos siempre el umbral de una casa abandonada, buena sombra y ligeramente desierta (a pesar que al frente de este umbral corre la panamericana vieja). Encendemos la cosa, el olor empieza a llenarnos los pulmones, comienza la tertulia mientras nos pasamos la canoa verde… hasta que maldita sea,,, una pat (vehículo camioneta de policía) pasa justo frente a la casa. Puedo ver esos cuatro ojos que nos observan al pasar; los puedo ver dudando y chistando, esperando ver algo fuera de lo normal. Pasa de largo… mi pata se queda parado en el umbral, yo estoy más alejado.
- ¿Ya se van? - pregunto.
- Están dando la vuelta – me dice con una sospechosa tranquilidad, una tranquilidad que me tranquilizó a mí.
¿Qué pensarían ustedes? Bueno pues carajo, yo pensé que al decirme “están dando la vuelta” todo tranquilo y despechado, me estaba diciendo que estaban dando la vuelta a la esquina; es decir, que el peligro había pasado; es decir, que no tenía necesidad de arrojar los pacos por uno de los huequitos que habían a ambos lados de la puerta de la casa abandonada. Maldita sea que pensé eso y ustedes dirán que soy bien bestia, pero bueno pues, cuando uno está fumado no es que sea un Arquímedes o un Publio Escipión… Así que muy tranquilito yo me puse a pensar que qué huevones esos tombos de mierda que no se dieron cuenta del tremendo barulazo que estábamos fumando. Así, mientras me regodeaba en mi disque crapulencia (cómo me encanta mezclar “regodearse” con “crapulencia”), es que mis huevos se pusieron de antena: Ahí estaban esos cabrones, con sus caras de “qué pasa carajo” y de “ahora sí te agarra conchet…”. Cuadrados a tres metros de nosotros y yo con dos pacos en el bolsillo y el huevón de mi pata de lo más tranquilo (luego supe que él pensó que al decirme “están dando la vuelta” yo ya me había encargado de “darle vuelta” a los pacos… pero no pues huevón, tienes que ser más EXPLÍCITO). Se bajan los cabrones “¿Qué están haciendo acá?”. Yo con mi cara de imbécil dije “Buscando la sombrita jefe, que nos queman los pies”. Creo que esto exacerbó un poco los ánimos de los verdes, porque en una, el más alto y el que seguro hacía el papel de “tombo malo” dijo: “Ya Carajo, contra la pared”. Mierda, a mí me sonó a película. ¿Contra la pared por fumar un troncho? ¡No jodan! Pues sí, contra la pared,,, y mi pata muy tranquilo todavía, había botado el troncho a un lado y sonreía sarcásticamente. La sonrisa se le acabó cuando los tombos me sacaron los dos pacos de los bolsillos. Jaja… si vieras tu cara de hueverto en ese momento… jaja.... Sí pues, tombo de mierda, encontraste mis narcóticos, encontraste mi ganja, mi mota, mi grifa, mi marimba. ¿Y ahora qué mierda vas a hacer? “¡Suban carajo!”. Ay mierda, qué miedo. Nos pasearon como veinte minutos por toda Punta Negra. Los dos rogando como niñas chiquitas… mi pata decía que yo tenía veinte lucas y en verdad no tenía ni mierda de plata… ¿Por qué decía eso? Igual, escucharon “veinte lucas” y se cagaron de risa. “De frente a la carceleta nomás, luego quince días a la fiscalía, ustedes querían vender esto acá”. Noooo carajo… le juro jefe de mierda, que somos unos fumonazos, que nos la vamos a fumar todita, que no le vamos a invitar a nadie, que parece mucho pero es que somos bien adictos jefe, jefe tenga piedad, nunca nos ha pasado esto, somos jóvenes y estamos en una etapa de perdición, usted también ha sido joven, jefe. Nada… Como siempre, en una pat hay un tombo bueno y uno malo. El malo era un hijoputa, espero encontrarlo algún día cuando sea presidente del Perú y tratarlo tan mal como nos trató. El otro se remitía a permanecer callado y a escucharnos. Le daba pena, pero también pues, el peso de los dos pacos posiblemente superaba los 121 gramos (cantidad por la que uno es reconocido como microcomercializador). Así que mierda, a la comisaría de Punta Negra, a vernos las caras con el capitán de turno, otro gran hijo de puta.

En el próximo post contaré la aventura y desventura en la carceleta (hay desnudos de por medio). ¡No lo lean!

Tuesday, June 12, 2007

:(

Te he suprimido inocente dulzura porque de mí nació el inquietante descalabro de reconocerte entre el gris de la gente.
Te he suprimido despierta iluminación porque ya basta de congregar mis pesadillas en almohadas de metal.
Siento deciros que a falta de valor te dejo ir a paso ligero porque ya se me cayeron los dientes y no puedo retenerte mordisqueándote las medias.
Oscura humedad del ventarrón está invadiendo mis pulmones.
Cretácico Venom está esparciendo dolor por las esquinas de mi cuarto.
Descubiertos mis miedos te dejo ir, abierto mi pecho te dejo ir, desnudo y visceral te dejo ir no sin recordarte, mar de cinco atardeceres, que extraños son los planetas y oscuras las desafiantes esquirlas del destino.
Acabado y desierto, mosca en fiesta de arañas, no rugirá la mañana porque mierda anuncio que no habrán más mañanas. No habrá caída de noche imponente ni abismos cubiertos de ósculos difuminados en el aire. No habrá en mis manos espadas ni frente a mí dragones de acero. Ni Glaurund, ni Smaug, ni Morgoth, ni Sauron despellejando multitudes. Ni rincones hechos añicos ni fábulas de zorros y uvas. No habrá destello en tu pelo ni magia negra en tus pestañas; no restallarán tus manos sobre la pared ni se hará dulce la vida cuando tu saliva toque la punta de mis labios.
No habrá más que vacío en un alma sin petirrojos, sin oropéndolas ni ruiseñores. No habrá más que tu ignorancia y la mía, tan juntas y pegadas, tan contritas y afligidas, tan despiertas y dormidas; tan muertas como vivas.

Monday, June 11, 2007

Viejo material

"Es el funk
lo que siento
cuando sobre mí estás moviendo
tu cuerpo de mujer,
y no tengo que explicar
en palabras lindas
que te quiero culear"
(Los Tetas, canción: "Papi dónde está el funk").
Yo puedo decir tantas cosas, pero pensarlas me resulta más enfermo.
Solo me queda un poco, solo me quedan tres tazas de Lilith y medio litro del infierno de Barlowe. Y no extiendo mi mundo a esferas inconclusas,,,
tal vez porque el cuerpo ha dejado de luchar y ha entendido que el alma tiene plumas y puede ensancharlas a placer mientras te observo y hablas; hablas del pasado, del presente, hablas de la luna que te acurruca despierta, hablas del insomne y descarado futuro que te sopla el cuello, hablas de la infame circunstancia que te hizo llorar, hablas de cada centímetro que mis kilómetros no entienden ni quieren entender.
No necesito ayuda en este momento, puedo con el vino despertar el cariño que ha naufragado en pesadillas todo este tiempo. Qué puedo hacer si no me maltrato, qué puedo hacer si cada cosa que de mis dedos se extiende termina siendo una especie de insulto para mi sexo.
Qué puede pensar mi inmersión cóncava si cada vez que empiezo a caminar decido caerme y despilfarrar alucinado las estrellas que lloran.
Yo estoy llorando sin mojarme, yo estoy calcinando mi cuerpo sin fósforos en la mano.

Friday, June 08, 2007

Ya po.

Cántame “you've been flirting again”. Por favor, cántamela al oído, susúrrame el pedazo de cielo que olvidó mi nombre. Por favor dime que el blues de mi corazón está encendido buscando tus rizos oscuros. Por favor cántamela, sólo son 3 minutos con 20, chata de mierda, estúpida y firme oscuridad resplandeciente; por favor dime que estás viva, minita, guachita, polola. Por favor no pidas más silencio, no pidas pierda tu olor mi cerebro henchido de tu cuerpo. El lunar a siete centímetros al norte de tu ombligo, tu zanahoria con mayonesa, tu bebé de chicha morada, tu clase hasta las diez mierda ya terminó, tu sánguche de tres jamones ya no te lo compro yo, por la puta. Ya pues, no lo hagas más largo; es la tercera vez que pongo la canción, me hago el que trabajo, pero estoy aquí babeando por tus garritas, por tu polo verde con estrella negra al medio, por tu cara de ratón, por tus putas clases de publicidad que me aprendí de memoria, tus horarios, tu creatividad, tu tarea de globalización, tu reseña de Bowling for Columbine, tu cambio de nota en Teoría del Conocimiento, tus lunes y miércoles de siete a diez, tu sastre en exposición, tu cuerpo corriendo hacia mí, tus piernas colgando en los cubos, tú y tú, tu cara de ratón, minita, guachita, polola. Cántame “you've been flirting again”, como nunca lo hiciste, como hace dos años que no lo haces, minita, guachita, polola; dolorosa e infinita hijita de puta.

Wednesday, June 06, 2007

.

"He cruzado océanos de tiempo para encontrarte" (Bram Stoker en Drácula)

Intrusa

Has dejado la luz encendida
La has perpetrado con silencio macabro

Con tus uñas pintadas de invisible
Intrusa Desnuda de brazos cruzados

Has apoltronado pasados atados a mi piel

Intrusa perdida entre cerros verdes

Perdiste el segundo a pesar de las horas
Deshojaste pétalos moribundos en el abismo equivocado.

Intrusa corriente de balas tomar

Me dejaste solo en el puente
Y yo he mirado hacia abajo
Y no he querido caer.

Yelmo de Dragón

Cuando era un nene de 12 años, mi hermano mayor se trajo tres libros de Argentina. Los dibujos de las tapas eran de puta madre. En el primero aparecía una cascada reventando entre rocas y pedazos de valle y sobre una piedra parecían estar de pie (se veían pequeños), un individuo con sombrero de punta y un chibolo. En el segundo, aparecía un monstruo alado tipo dragón con un pata encima casi todo vestido de hierro y una capa negra; al fondo, aparecía algo que parecía una montaña labrada por seres humanos toda llena de luces lúgubres: la casi mortalidad de la escena aún me causa escalofríos. En el tercero, que no era tan chévere su dibujo, aparecían dos patas que parecían guardianes de un castillo, custodiando una torre con banderas en las manos. Me llamaron tanto la atención que comencé a leer y no paré hasta engullirme los tres libros. Un año después, los volví a leer… dos años después de nuevo y creo que ya los he leído como cuatro veces. El primer libro empieza con una detallada explicación sobre la hermosa y bucólica localidad de Bolsón Cerrado. Maldita sea, quiero ser un puto hobbit y quiero vivir en el pinche Bolsón Cerrado, dentro de la Comarca, a ocho leguas de Bree a vuelo de Názgul. Diablos mister Tolkien, quiero saber qué especie de droga engulló usted para comunicarse con esos seres… porque yo creo que firmemente que este tío ha estado en otra dimensión y ha visto con sus propios ojos la batalla en Pélenor y los ojos de Haldir custodiando Lothlorien. Maldita sea Tolkien, cada vez que abro sus libros se me escarapela el cuerpo, cada vez que pienso en Sméagol elevando acertijos frente al buen Bilbo me dan ganas de suicidarme y despertar en Gondolin, armado y preparado frente a los ejércitos de Fingolfin y tirarme a alguna Elfa para tener hijos de orejas puntiagudas que puedan conversar con los árboles. Mierda Tolkien, por su puta culpa quiero ponerle a mi hija Silmaril y a mi hijo Gwaihir o Eomer o Gamelin… y a mi perro definitivamente le pondré Grishnak o el hijoputa del Balrog de Morgoth. Ya me cagó la vida… ahora me pregunto por qué Radagast el Pardo no fue tan famoso como Gandalf el Gris o por qué Caradhras es un nombre tan de puta madre para una montaña. No entiendo nada, pero me siento ávido de morir maldita sea y despertar en los Gamos y fumar la hierba del bosque y jalarle la barba a Gimli, Gloin y Thorin. No pienses que soy loquito Tolkien que me meto a foros y juegos de roll (aunque sí me he metido rolls, pero eso es droga no juego); no pienses que asisto a conferencias para discutir sobre la maldita esquizofrenia de Gollum ni a rajar sobre las películas (que son “buenas” pero demonios que lo mataría al gordo Jackson por no incluir a Tom Bombadil, maestro del universo, ser invencible aparte que su esposa Baya de Oro debe estar más buena que la miel en pan de maíz). Sólo quiero que sepa usted, Mr. Tolkien, que me cagó la vida de fantasía y se lo agradezco mucho.

Monday, June 04, 2007

Vaya usted y Coma

Oh tristes e inmundas elucubraciones que hacen presa del hombre promedio. Oh indignas maquinaciones que ensucian las almas más probas y transparentes. Oh mujeres del mal que con su contoneo de princesas de Cártago desnudan nuestros cuerpos para sorber sus sustancias y dejarnos secos y arrugados cuales frutas secas dejadas al viento. Honorable visir cabeza de caja, ha caído usted una vez más en las triquiñuelas que despiden el rollito perfecto que se forma entre el pantalón y el inicio del polo en las extremas caderas de una mujer. Oh, probo y justiciero adalid de la sobriedad y el cañón, finalmente se le ha desenrollado el pájaro y ha pensado con la cabeza más loca pero a la vez más sabia y hambrienta. No lo culpo porque en su seso se encienda la mecha de la lascivia; no lo condeno por entornar los ojos al ver un bello cruce de piernas femeninas o por arder en ganas de con los dientes arrancar bragas y morder muslos; no considero nauseabunda su necesidad de oprimir un pubis hasta que a la nena se le salten los ojos y se le evaporen las pestañas. Todo esto no es más que un tiempo de abstinencia que ahora recubre las horas de tedio con dulces imágenes de calatas féminas haciendo arcos con sus pies hermosos y deslizando sus dedos por las curvas infinitas que rodean el océano de sus caderas. Pero ha llegado la hora, oh excelso mártir chilcanito, de que presente usted sus cartas y ofrezca esa afamada discreción de la que se jactan los amantes más avezados; es hora que le ponga una mano en la nuca y le susurre al oído palabras asquerosas que no hacen más que importunar sexualmente a una dama que terminará cayendo en una profunda garrotera de contradicciones y paradojas sobre la impía suciedad del sexo bien conseguido. No ceje usted mientras vea en sus ojos la turbiedad de la malicia, el gris desabrido de las ganas inocultables, el brillo inmortal propio de la raza humana: el instinto reproductivo que existe desde los tiempos del Clan del Oso Cavernario, de los Cazadores de Mamuts, de los incansables domadores de los Equinos Salvajes. Vaya usted y no claudique: métale el hueso de una buena vez.