Monday, July 02, 2007

Los hongos de K

K me gustaba. Realmente me gustaba. Desde el principio me gustaba. Se paseaba con su chupete rojo y siempre tenía los labios rojos. Tenía pelo negro lacio largo y un día fue a la universidad con un short rosado que ni te cuento. Cometí la grandiosa estupidez de terminar con la enana para intentar acercarme a K. Craso error… K era bien tela: no decía mucho y la verdad que sus amigas eran todas una caja vacía. Pero bueno, el caso no es este (la enana, gracias a Alá, volvió y a K la olvidé de a de veraz). K entra a la historia porque es excusa perfecta para hablar de hongos. Sí, de hongos. No los que te salen en los pies pestilentes ni en la entrepierna cuando sudas mucho en verano. Hablo de honguitos tipo casa de los pitufos: hablo de hongos alucinógenos. Honguitos felices que tras su apariencia blanquita esconden agentes psicodélicos tales como la psilocibina, pscilocibina o muscinol (cfr: wikipedia). Lindos los honguitos, el gran problema (sobre todo para las mujercillas delicadas que no pueden limpiarse el culo con hojas de plátano en los campamentos) es que la forma más fácil de conseguirlos es andar por las campiñas buscando caca de vaca. En la caca de vaca estos honguitos crecen como por arte de magia élfica. Ahí están… mira cualquier caca de vaca y verás honguitos. ¡Oh! Secreto a voces: hay droga en la caca de vaca. Claro que si estás en tu casa y no hay vacas puedes conseguirlos con amigos. Intenta lo que quieras, y si vas a meter la mano en caca, lávatelas antes de comer.
El caso es que un día K me llama y me dice para ir al Parque de las Leyendas. K es graciosa cuando quiere (no la veo hace digamos unos cuatro años). Y K me dice también que es la oportunidad perfecta para comer honguitos. Ulalá… Parque de las Leyendas, K, tronchos y honguitos: combinación que en ese momento me pareció más dulce que un tres leches con bola de helado encima. Recoger a K fue hermoso, porque ella estaba hermosa. Tenía un polito rosado pegadito y no parecía llevar sostén (adoro cuando no llevas sostén, K); abajo andaba con un pantalón tipo licra un poco más debajo de las rodillas; en los pies, sandalias, mamacita, sandalias como bikinis en los pies. Y coronaba esa tortita lista para engullirse de dos bocados con un gorrito lindo. Ay mamá, esperar tanto tal vez haya valido la pena. K me dice que hay que buscar a una parejita que tiene los huiros y los hongos. Vamos pues. Los hongos saben a nada. Los comimos con pizzitas que venden cerca, en una bodega. Saben como a chifle sin sal.
De camino al parque siento que mis manos tienen veinte dedos. La gente en el taxi dice que no pasa nada. Entrando al Parque siento que tengo cuatro ojos, pero lo siento chévere. Ellos dicen que no sienten nada. Al pasar por una gruta llena de flores rojas (de esas que chupan los colibríes) siento que cada flor es vida y siento ganas enormes de frotarme calato contra las plantas. Pacha Mama de mi vida, ¿cómo es que no había sentido esto antes? Ellos siguen diciendo que no sienten nada, monses.
Comer hongos no es una experiencia religiosa ni mucho menos un elemento para tener visiones tipo elefantes hindúes o ver fantasmas corriendo por los árboles. Comer hongos es abrir los sentidos a la naturaleza. Cada poco de tierra, cada poco de hierba, cada brisa que suelta el planeta es la cosa más trascendental y hermosa que a uno le puede pasar en un estado tan inconcebible como ése. K dejó de importarme un poco, también sus quejas sobre el calor y sobre lo poco que ponen los hongos. ¿Poco? A juzgar por las caras de mongolazos de mis tres acompañantes, yo parecía ser el único fascinado por las maravillas de la naturaleza… cogía las hojas y me las frotaba por la cara… era hermoso… sentía una energía nunca antes conocida, sentía que mis poros se llenaban de vida natural… nada como eso. A los animales los miraba largo rato sin chistar. “Siento pena por ti hermano” sentía que les decía con la mente y sentía que ellos me respondían. Precioso. Al final la parejita se perdió. A mí me bajó todo y me dio hambre. K me miraba sentada en la sombra. La regresé a su casa y la despedí en la puerta. No me arrepentí de no haberla besado, lo que sí me arrepentí es de no haberles robado los honguitos a los tres e irme yo sólo al Parque. Eso sí hubiera estado de pelos.

5 Comments:

Blogger Valentina said...

si que los hongos son "de y para" la naturaleza, supe de una pobre chica que los comió y regreso de inmediato a la cuidad y fue lo peor, se volvió totalmente loca!

1:10 PM  
Blogger Pappo Banton Texaco said...

esa energía de la que hablas no se puede logra con tres red bull y un taxigen? jeje (no lo intenten en casa)

7:50 PM  
Anonymous Anonymous said...

La peor alucinada mia fue ir caminando por la Bolivar viendo las cosas como de retroceso, es dificil de explikar, pero así fue. Sentir lluvia ke no cae. O ver ke todos los edificios parecen estar vivos. Es raro pero me parecen siglos los ke han pasado de esas noxes de farra con amigos, siglos de siglos.

7:31 AM  
Blogger aNdRe$! said...

Plop! ajajajaja ala mierda los hongos... que buena, m hace recordar cuando los probe en miraflores, y de tanto alucinar kise abrazar al mar, casi lansandome por el precipicio jajaja gracias q la people me agarro con las jjustas jaja, pero cuando se t suben, son lo máximo.

Suerte * Bye

7:16 PM  
Blogger Martin Balbuena said...

Ya que hablan de alucinaciones, entre las que yo recuerdo fue la mongolada de hacer carrera con mi sombra...SÍ, perdí...

9:11 PM  

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