Tuesday, April 10, 2007

FinDeSem

¡Ay las primas! Las primas siempre prometen algo más que su propio lazo familiar. Uno diría “uy no, no puedo con esta porque es prima de esta otra, pero esta otra también es prima de la de más acá, con la que también ya pasó algo”. Entonces es un problemón. Y la cosa se complica en este infierno pequeñín en el que todos saben todo de todos. Al menos Dianna (¿la recuerdan? La de año nuevo), que es prima de Dalía (mi “ex”) y al mismo tiempo prima de Lorena (la primera víctima familiar), no ha dicho nada, eso me tranquiliza. Pero por otro lado, Dalía estuvo aquí este fin de semana… yo la he tratado tan hasta las huevas (“Ya no me jodas” “Andate al carajo” “No quiero hablar más contigo” le dije) que imaginé que además de no querer verme, me iba a insultar por teléfono. Bueno, eso sí pasó… el sábado a las once de la noche me estaba bajando un vino francés en mi casa, solo, fumando cañón (un pata se arrancó unos cogollos de un fundo y me los regaló) y viendo los años maravillosos (me he comprado ocho discos de los años maravillosos, no me había dado cuenta que tocaban riders on the storm en más de un capítulo). Entonces me llama un pata “oe, aquí te paso a Dalía” “¿Aló? ¿Dalía?” “Erre, eres una mierda, un cabrón y un taradoestúpido”… luego colgó. Me reí y prendí la pava, brindé con Kevin Arnold, quien justo en ese momento le estaba diciendo a Becky Slater para que sea su novia (en la pista de patinaje, todo por joder a Wendolin). En fin… siguió pasando la noche, vino ya no tenía y ya empezaba a calentarme los cojones a falta de sexo. Entonces entra un mensaje a mi cel. Es Dianna, quiere que vaya a la disco. Le digo que no, que venga ella. No me responde. Sigue pasando el tiempo. Dan las tres de la mañana, Jack Arnold, en la pantalla, dice “¿Quién haría un cenicero para doscientas personas?”, y mi celular vuelve a recibir un mensaje. Es Dianna: “Voy?” me dice. Le digo que sí. Me llega otro mensaje “Recógeme” dice. Será pues. Me estoy poniendo las tabas y el lompa, estoy apagando la mitad de un nuevo leño y suena mi celular. Una llamada; es Dalía. Pero Dalía me había insultado, me había flagelado verbalmente y, para variar, llegado el momento me había tenido bien agarrado de las pelotas. Contesto. “¿Puedo verte?” me dice. Yo pienso “puta madre, y ahora?” O sea, era obvio que estaba ebria, era obvio que la otra prima también. Era obvio que con cualquiera de las dos iba a saciar mi sed. Doctores, ¿qué harían ustedes?: Opción 1; Una mujer de 24 años, dos hijos y buena pechuga; recatada, simpática, agradable al hablar, buena música; se mueve bien, grita bien, termina el sexo, te acaricia un rato, te pide cañón, fuma un cigarro, se para, se viste y dice que se va a su casa, que la pasó bien. Opción 2; Chibola de 20 años recién. Aun le quedan rezagos del cuerpo de chibola, gritona, exasperante, potona, adelgazada, suavecita, chismosa, pachanga. Cuando se mueve dice que “soy tuya” y luego dice “dime que soy TU mujer”. Ambas borrachas. ¿Qué escogen? Bueno, como sabrán e imaginarán, escogí a Dalía. Yo sé yo sé, ella dice estar perdidamente enamorada de mí (lo cual no basta para que termine con su orangután) y posiblemente aprovecharme de su ebriedad sería cosa de un alguien poco caballero. Pero eso es mentira, yo también estaba ebrio así que no jodan. Llegó. Primero se largó con que era una mierda y que la trato mal y ella que me quiere tanto y ella tan buena y yo tan malo... luego el ay gordito lindo que te quiero tanto, qué me has hecho que me tienes así, ay qué feliz me haces y tú no te das cuenta y bla bla bla. Y luego uy y a qué hora me haces el amor? Porque no me digas que he venido hasta acá para que no me hagas el amor y luego la tengo encima mío con su aliento mezcla de whisky, tequila, chilcano de pisco y sangría. Cuando las mujeres se embriagan toman un aspecto salvaje que asquea pero a la vez que desesperadamente arrecha. Así que la hice chillar. Terminando el par de polvos, de nuevo con que soy una mierda y que todo fue una mentira y que solo tengo sexo con ella y no hago el amor. Luego se para, yo me paro y me mete tal sopapo en la oreja que me hizo ver estrellas. ¡Carajo! ¡Qué derechazo! Maldita sea, mis ojos inyectados en fuego se clavaron en su carota ridícula de ese momento. Mi oreja ardiente hizo que mis puños se cerrasen. ¿Alguien podría evitar que en ese momento la muela a golpes? ¿Alguien podría alguna vez conocer mi furia frente a una piltrafa a la que podía matar con las manos amarradas a la espalda? “¡Cuidadito!” le dije. Respiré, quería acabarla, quería concentrar todos mis años de furia contenida en mis puños y dejarla hecha un muñón sangriento en el piso de mi cuarto. Quería darle de cabezazos y fulminarla con un derecho directo en sus ojotes marrones de ardilla… Abrí las manos, respiré… “Está borracha” me dije a mí mismo, en parte pensé que me lo merecía, pero mi demonio me decía que soy perfecto y que esa mala entraña había llegado a malograr mi perfección. Pero me detuve. Ya me han pegado antes (he recibido unas tres patadas en la bolas por parte de una chata chilena), pero esta vez algo más salió de mí, un gusano estrangulador que me provocó un sabor dulzón en la boca y lágrimas de terrorífica necesidad de destruir. Estaba tan furioso que sentí mis manos crujir como en las películas, sentí mi pelo erizarse como el del gato acorralado por perro grande, sentí mis uñas más afiladas que nunca, listas para desgarrar; sentí mis dientes como puñales precisos para arrancar grandes bocados de carne rosada; sentí toda mi hombría concentrarse en ese rostro femenino preparado para recibir una tunda de padre y señor mío. Pero callé. Pero no lo hice. Todos los orcos que inundaban mi cerebro se calcinaron frente a un pensamiento corriente de alguien que quiere machacar a golpes a otro alguien: “¿Y si la matas? ¿Quién va a limpiar la mugre?”. Caí en un profundo sopor y no me quedó más que acompañarla a su casa… eran las cinco de la mañana.
Al día siguiente ella no recordaba haberme pegado ni haberme insultado. Lo que sí recuerda claramente es el olor a sexo y el rebote de la cama: “Eso no lo olvidaré nunca” me dijo al otro día, en mi cuarto, después de hacer el amor de nuevo en mi cama a las cinco de la tarde. Después de eso me dijo algo que me ha dejado pensando y que da vueltas en mi cabeza porque no sé si es el inicio de algo inevitable o el fin de algo que debía terminar así. Me dijo, después de cubrirse con la sábana y abrazarme con sus piernas: “Y cada vez que venga a buscarte para que me hagas el amor, ¿me abrirás la puerta?”.

Ahora felizmente ella no está acá, yo no tengo muchas ganas de hablar con ella, pero tengo entendido que en estas lides lo que uno tiene que hacer para recibir pasión es abrir la puerta. Y posiblemente sea mejor si estás ebrio, así los golpes duelen menos y la furia cegadora produce más preguntas que respuestas. Pero ojo que al abrir la puerta se puede meter el diablo, y el diablo no se va con sólo ver los años maravillosos, tomar vino francés, fumar cañón o, en el mejor de los casos, comerse a una flaca bonita.

2 Comments:

Blogger Pappo Banton Texaco said...

eh tío, yo hubiera elegido a la tal Dianna (de hecho te habrías ahorrado el zumbidito que te deja el golpe en el oído).

4:26 PM  
Blogger Erre said...

Podría ser, pero nadie lee el futuro. Aparte la madurez se me acabó bastante rápido, gracias a ella en ese instante

6:56 AM  

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